martes, 13 de marzo de 2012

Dime que me quieres.

Ella lo había observado tantas veces en silencio, había pensado tantas veces en él y en un futuro juntos. Ahora era así, estaban juntos, había cumplido un sueño, un objetivo, llámalo como quieras, pero era lo que ella quería, estar junto a él, poder compartir su amor, dar y recibir cariño, besos, abrazos, confidencias, amor, sexo, compartirlo todo. Siempre precavida y con miedo, nunca se sabe lo que puede ocurrir, y si lo que parece real de verdad lo es. Día a día, desde hacía tiempo intentaba averiguarlo todo de él, y ahora era más fácil. Y casi se sintió molesta al ver que todos aquellos años en los que no se conocían, sus salidas, sus fiestas, sus días de escuela, sus tardes aburridas y divertidas, de sonrisas o de llanto, los había vivido sin ella. Y de repente notó los celos de aquel tiempo ya pasado, que ya nunca podrían ser suyos. Tendría que conformarse con crear el mayor número de recuerdos junto a él, hacerle olvidar tiempos pasados para dejar paso recuerdos de momentos especiales junto a ella. Y volverlo loco de amor. Eso era lo que ella más deseaba y que él le amara a ella como ella siempre deseó, que un día pudieran recordar todo lo que vivieron sin arrepentirse ni un poco.
Quería intentar sorprenderle, y enseñarle que ella podía merecer la pena. Y se dio cuenta de algo. Daba un poco de miedo, pero era bonito. Tener tanto que perder es bonito. Había otra cosa que le daba miedo, el no haberlo conocido nunca. También tenía miedo a decepcionarlo, y si algún día metía la pata le pediría perdón por las cosas que no le había dado, le diría que ella solo quería envejecer a su lado. Le daría las gracias por cada detalle, por la primera vez que se vieron, por la primera vez que se besaron, por todo. 
Y ahora ella, desnuda, a su lado, le miró, le encantaba ver esos ojos que de vez en cuando la decían cuanto la amaban, con aquel brillo intenso, que le hacía quererle aún más y él en un susurro pronunció las siguientes palabras que ella siempre esperaba escuchar en aquellas ocasiones:
—Te quiero.
Ella lo miró; su rostro se abrió en una sonrisa increíble y lo abrazó con fuerza. Después inspiró muy profundamente. Y tan incrédula como siempre dijo:
—Me gustaría grabar tus palabras en mi corazón y poner debajo tu firma, así no podrías negarlo nunca...